Educación cívica en la línea 39a del Bus de Murcia
Fue esta mañana cuando, pobre de mí, fui observador y partícipe de una situación atípica en pleno trayecto del 39-A directo hacia mi dulce hogar. Me encontraba sentado, en uno de esos tantos asientos tan cómodos como la más incómoda silla de un hogar medio, en una de las primeras filas, ya fuese esto para bien o para mal. El autobús se paró en una parada, lo correspondiente, numerosos pasajeros subían necesitados de ir a otro lugar alejado de allí. Yo, mientras, me hallaba inmerso en mi pensamientos abstractos sólo nublados por ese momento de entrada de nuevos pasajeros. Como si fuese un acto reflejo, mi vista siempre se iba a las caras de los recién llegados en busca de alguna cara conocida cuya conversación paliase el tedio de verme allí sentado. A todo esto que sube una mujer de unos 50 años, con el pelo en condiciones y la cara arrugada. Obesa, a su medida, y en aparente buen estado físico. Se planta delante del conductor y saca su monedero, abriendo el consiguiente bolsillo de las monedas, que lo vacía en su tablero dejando un montón rojizo de calderilla. El conductor, un tanto agobiado, cuenta con una velocidad pasmosa la cantidad ingente de monedas. Uno, dos, quince.. qué sé yo, un montón de céntimos. A pesar de la cantidad de monedas, no sumaban suficiente para permitirse un viaje en autobús.
-Señora, es un 1'15€.
-¡Ay! Es que no tengo más dinero.
-¿No tiene 1'15€?
-No, ahora mismo no, que he salido de casa to acelerá.. ay..
-Lo siento señora, deje pasar a los demás.
-Es que no sabía que era tan caro. ¡Ay! Por favor, déjeme, déjeme, que tengo que ir a ver a mi hermana que se encuentra en la otra punta de Murcia.¡Ay! Y no puedo ir andando. ¿Sabe? Que tengo la rodilla mal y mi hermana está muy enferma.
El conductor continuaba diciendo que no podía ser, que no podía llevarla, que no era cosa suya si no la compañía (LatBus) la que no le dejaba no cobrar a sus pasajeros. Ella insistía. Que aceptase el dinero que llevaba, y que la dejase ir. Repetía una tras otra y otra vez, que su hermana estaba enferma. Finalmente, el conductor, cansado de la mujer y viendo que el retraso cometido con el resto de pasajeros le salpicaría a él y no a ella, la dejó pasar, por mera desidi. Abandonó su amago de lágrimas y se alegró, empezó a darle las gracias como una loca. Obviamente, el conductor hizo lo propio y guardó el dinero que le había dado y que no completaba la tasa necesaria para usar sus servicios. Más tarde, le tocaría dejar el importe restante. La mujer cogió su ticket y se puso en el pasillo, agarrándose a un palo vertical de los que tanto abundan en un autobús. Echó un vistazo a todo el autobús, en busca de algún espacio vacío donde abandonar, a su suerte, sus posaderas y que no se cansasen. Pero es un 39-A. Y estaba a rebosar, como resulta raro en un 39-A a esas horas de la mañana. La pobre se desesperó, necesitaba un sitio donde apoyarse. Me dirigió la mirada, una mirada fría y vacía, sólo de contemplación, la típica mirada que se hace a cualquier tipo con el único objeto de mirarlo, de saber que está ahí. Sin embargo, no quería sólo verme, quería dirigirme la palabra.
-Perdona, perdona. -me dijo.- Oye. ¿Me puedes hacer un favor?
No contesté. Si hay algo que me enseñaron mis padres de buena gana y que se me quedó, por siempre, marcado era que no hablase con extraños. En cambio, ella siguió hablándome.
-Oye. ¿Me cedes el asiento? Es que me duele la rodilla, me duele mucho, y no puedo estar de pie.
-Claro.
Como no apiadarme de esta pobre mujer. No es que siempre haya sido yo muy galán y educado, pero no podía hacer otra cosa que compadecerla. Cuando tengo yo alguna enfermedad, del tipo que me pesen los huevos o algo parecido, a mí también me gustaría que alguien me cediese el asiento. Por eso, me empaticé con la dama, me levanté y le dejé el siento libre, para su gusto y mi pesar.
-Me duele mucho la rodilla. ¡Chsk! Creo que es artitris, los huesos, a una edad...
Se sujetó la rodilla y, durante un tiempo, la movió aplicándole sendas medidas de resistencia no fuese que la tuviese rota, mal o algo parecido como así aparentaba. El autobus fue avanzando, como viene siendo corriente, pillando a gente en las paradas y dejándola igualmente. Mi vista, perdida en la inmensidad del autobús, se paró a contemplar a la señora y como de repente parecía estar mejor de su rodilla. Llevaba las piernas cruzadas mientras leía un periódico de esos que había por el suelo. Sin embargo, esto podía no significar lo que me estaba temiendo.
-Próxima parada, Sta. Isabel.
La mujer pegó un salto y le dio al cachivache de parada esperando, junto a la puerta de salida, a que se abriese y salir. Cuando el Bus llegó, las puertas se abrieron, y donde yo esperaba ver a una pobre mujer bajando del vehículo con dificultad y dolor, vi a otra bien distinta bajando los escalones de un salto (con una caía perfecta e impoluta). Y me miró, con una risa en la cara, una sonrisa que simulaba una carcajada interior de mi persona. Sólo le faltó señalarme y gritar en voz alta: "¡Eih! ¿Sabéis que le he hecho levantarse de su asiento para sentarme cuando estaba perfectamente?". Estaba claro que no tenía ningún problema en la rodilla y dudo bastante que su hermana se encontrase en tan mal estado. Se acabaron mis días de ser bueno con la gente. ¡Que se jodan las ancianitas! Como pille asiento, y tenga los huevos cansados y pesándome (que es siempre), me da a mí que como me venga una puta señora a pedirme asiento o a mirarme con ojos de cordero degollado le van a dar por culo.
Se acabó..
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