02 diciembre, 2006

Un pensamiento

El vertiginoso mar del Sentimiento se hallaba en calma constante. Ya hacía mucho tiempo que por él se habían sucedido diferentes accidentes meteorológicos tales como huracanes, tsunamis o simples lluvias torrenciales. Como mar, era pequeño, un charco en comparación con sus hermanos mayores. En cambio, como laguna, era la más grande y hermosa de todas, rodeada de naturaleza que aún no se había convertido en moneda de cambio para la especulación. El nombre se lo pusieron los griegos, quizá fenicios, o quizás otra de tantas civilizaciones antiguas que no tenían otra cosa que hacer que ponerle nombre a las cosas. Surgió de una leyenda, o mito, esas cosas que se inventaban con tal de mantener entretenida a su población. Decían que una mujer, herida de enfermedad por el sentimiento único, maravilloso e intransferible; despreciada por su objeto de adquisición, decidió lanzarse al vacío acuoso del mar y acabar con su vida, dejándose llevar por el dolor del sentimiento, de ese Sentimiento. Y se ahogó, pero no fue la última. Ahora me encuentro ahí, nadando parsimoniosamente, esperando impaciente la llegada de otra alma que me acompañe en mi soledad, en mi nadar. Tal vez nade y nade y, como en veces anteriores, en vidas pasadas, me acabe ahogando al igual que la chica del cuento. No temo a la muerte, no sería la primera vez. Morir resultaría un tanto doloroso, muy doloroso, pero no es el fin del mundo. Siempre volvería a tener la posibilidad de reencarnarme y empezar todo esto otra vez desde el principio. No hay miedo mayor que nadar solo por la eternidad, no quiero, no lo necesito. Y no creo la eternidad dure para siempre.


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