09 mayo, 2007

Crónicas buseras III: Por favor, mantengan la calma

busVale, de acuerdo. Sé que ya me me estoy excediendo con los artículos Latbuseros, un poco. Pero es que me pasa cada cosa en la multitud de viajes que hago del 39A. Creo que ya he perdido media vida en sus trayectos y es normal que, después de tanta convivencia juntos, se generen roces, cariños, amistades y anécdotas. Especialmente, anécdotas.


Aquella era una mañana tranquila y calurosa, como pocas. El fin del invierno, comienzo del verano, época en el que las feas se ponen a hibernar y salen a la calle las tías buenas y macizas que abandonan su época de gestación invernal. Es el comienzo de la Temporada Tanga, el momento en el que gente como yo no puede salir a la calle porque se pone malo (en todos los sentidos posibles). Deluxe. El caso es que, sea Temporada Tanga o Temporada Polvorón, siendo día lectivo como era aquél día se repetía la rutina de vuelta a casa que requiere de utilizar los servicios que nos ofrece gratuitamente por un euro el viaje nuestros amigos de Lat Bus. No sabía qué me esperaba aquél día así que, sin vacilar, entré, pasé el Creditcard-Bonobuser por el lector de Bonbuseres y me senté en primera fila para tener una buena visión de la Temporada Tanga que fuese entrando


El caso es que allí estaba yo, practicando mi deporte favorito de cuando subo o bajo en bus sin compañía entretenida: decidir a quién me follaba y a quién no. Es decir, observo cómo está el mercado del día día y decido si me interesa sexualmente hablando o no, guardando en mis retinas la efigie de la mazorca vaginal por si algún me decido a pujar. Vamos, el típico "mirar-de-arriba-abajo" de cualquier penaco corriente, pero a mi manera, a lo más salido todavía. El caso, es que nada más zarpar de Espinardo hacia Hogar-dulce-hogar, el autobús empezó a hacer cosas extrañas. Cogía mal las curvas, daba más bandazos de lo normal: "Bah, lo normal", sé que llegué a pensar. Total, no me alarmaba, estoy realmenta acostumbrado a que el servicio de autobuses funcione de pena. El problema fue durante uno de esos momentos de abstracción y babeos, en una de las mil paradas que hace el artefacto anaranjado, mientras iba observando a las zagalas con sus vaqueros, shorts, y sobretodo, tangacas en los sobacos, cuando de repente el busero empezó a llamar por móvil. Lo normal, pues de vez en cuando les da por llamar a algún colega para comentarlos lo agradable que está siendo el atasco de media tarde con el aire acondicionado roto. Sin embargo, fue la conversación la que llegó a impactarme:


Axo, que te quería decir una cosa. Que estoy haciendo la ruta, la del 39A, y mira que los pedales estos van mal. Que aprieto el acelerador y ahí se queda, apretado, ahí abajo, que digo yo que habrá que repararlo o cambiarlo o algo.

Pero tranquilos, no se alarmen, que aquí nadie va a hacer. Seguimos todo el trayecto en el mismo vehículo sobreacelerado con mi cara apalidada por la reciente conversación. Se acabó el entretenerme mirando féminas, alegrando un tanto la vista. Había otra cosa que ocupaba mi mente: el miedo a morir. En toda curva que iba cogiendo temía que, al final de la misma, mi cabeza saliese rodando. Todo el mundo sabe que un 39A tiene la función añadida de parque de atracciónes: antes era el Dragon Khan pero ahora también incorpora la Rusa.. la Ruleta Rusa.

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