16 abril, 2007

Indignación: esto lo veo muy negro, negra

Increible lo que pasa en los tiempos que corren con cosas que yo ya pensaba que ya pertenecían al pasado. Los hechos ocurrieron entre las 2000 y las 2100. Los acontecimientos se narran en tiempo real en un autobús 39-A camino de la Estación.


Este también es negro, pero no lo discriminan por ello.


El caso es que yo, prepúber en mi ignorancia y gran desconocedor de la vida, cogí, como suelo coger cuando vuelvo de la Universidad, un 39-A nada más salir del curro que me ha salido. Uno muy bonito, por cierto, que me está permitiendo descubrir lo que es el maravilloso mundo del Php y el MySQL (se lo recomiendo a todo el mundo para redecorar el salón). Tranquilamente, tomé asiento en el infecto autobús esperando la media de 45 minutos en los que tarda en recorrer 20 kilometritos de nada, más o menos. A mitad del recorrido, en una de esas paradas marginales en la frontera con Espinardo, un señor de etnia morena (y presuponemos vendedor ambulante de cedés desvirgados) trató de entrar al autobús. El autobusero, como un señor, en un principio abrió la puerta. El moreno entró, claramente, y se quedó en la puerta de entrada inmuto, suponemos que estaba un tanto perdido, y dispuesto a consumir un ticket de viaje Latbusero. El autobusero, hastiado de ir de aquí para allá, siguiendo las mismas desidiosas rutas sin poder darle rienda suelta a su creatividad y atajar por caminos atajables, perdió los estribos en unos segundos, en la derivada de la función J en función del tiempo [J(t)], y le inquirió unas dulces palabras al visitante perdido:

Oiga. ¿Va a subir al autobús o qué?


Ante tamaña muestra de aprecio, el señor moreno/topmantero se quedó perplejo, no suponía que los españoles podíamos llegar a ser tan amables y cariñosos con el prójimo desconocido. Acto seguido, como no podía ser de otra forma, y siguiendo el conductor con su racha de desparpajo y fraternidad (a pesar de la escasa confianza entre ambos) le suplicó:

Haga usted el favor de bajarse de MI autobús


Ante tal muestra de educación y respeto hacia alguien tan poca cosa como él, el moreno no hizo otra cosa que bajarse del armatoste automóvil, con cara de buenos amigos y un intento de sonrisa en la cara. Lo hacía por su bien, mejor que andase que es bueno para la circulación sanguínea de las piernas y demás extremidades. Como sabía que el autobasurero, ya amigo, se preocupaba por su salud, no hizo otra cosa que, desde el otro lado de la barrera, saludarle amistosamente con un gesto manual de su país a un solo dedo: algo que en su África natal significa "buena suerte".

Acto seguido, se hizo el silencio. Un rictus mutus mortuorius en la vagoneta anaranjada y atrofiados mentalmente ante un muestra de amistad espontánea entre dos personas tan distintas. Algo que, mis ojos, no creyeron ver, ni creían ver, nunca en su alegre vida.

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